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Mensaje  Fati Mercury Vie Jul 13, 2012 2:53 am

Este es mi primer cuento aquí en el foro, podría decirse n_n después de largo tiempo sin haber escrito algo nuevo. Espero que les guste :3


En un pequeño pueblo, ubicado en el último rincón del mundo. Había una humilde tienda de antigüedades, una vez conocida como el hogar de objetos únicos, donde podías hallar desde lo más sencillo a lo más exótico. Pero con el paso de los años, aquella fama decayó, al punto en que ninguna persona además del viejo dueño, cruzaba la puerta del establecimiento por mucho tiempo.

Hasta el día en que aquella joven llegó, de rasgos delicados, piel blanca, ojos marrones y una esplendida cabellera rojiza, hija de pintores muy demandados, buscando comprar unos cuantos artículos específicos.

-Eres la primera clienta que he tenido en mucho tiempo- le decía el hombre con una clara sonrisa- trayendo en sus manos el ultimo objeto desde lo que parecía ser una oscura habitación, ubicada detrás del mostrador, que mantenía celosamente cerrada bajo llave.

-¿Que es lo que guarda dentro de esa habitación, que la mantiene asegurada?- Preguntó la joven

-Más antigüedades, objetos que se consideraron extraños, que ninguna persona quiso comprar. Por lo que solo lo que pueda llamar la atención de la gente se muestra en la vitrina, aunque cabe mencionar que no ha dado buenos resultados en los últimos años.

Aquellas palabras conmovieron a la muchacha, por lo que decidió ayudarle, trayendo gente, aconsejándole sobre cómo mejorar el aspecto de la tienda y hacerla más vistosa…y en solo unas cuantas semanas con la visita constante de aquella joven, muchos artilugios fueron vendidos, y aquella alegría a esa tienda volvió a respirarse. El viejo vendedor, se encontró muy agradecido, tanto que accedió a darle la llave de la habitación que fue objeto de su curiosidad por tantos días.

-Toma…-le dijo entregándole la llave- es tuya. Solo ten cuidado, la habitación es algo profunda y la luz no alcanza todos los rincones.

-Está bien. Gracias- respondió ella con una sonrisa.

Algo nerviosa, caminó hacia la puerta, pero de forma decidida introdujo la oxidada llave en la cerradura y haciéndola girar, contempló aquella negrura misteriosa. Tomó una lámpara de aceite que le alcanzó el vendedor y empezó a avanzar entre aquella densa oscuridad. La atención de la chica era captada por muchos de los objetos que se hallaban, unos muy interesantes, enigmáticos, y quizá de un gran valor. Cosas como pinturas, libros, ropas, muebles, espejos, juguetes…por mencionar algunos; sin embargo también había objetos en mal estado, rotos y casi inservibles. Todo le pareció interesante pero nada comparado con lo que halló en el fondo de la oscuridad, al final de la habitación.

-Era un viejo títere de hilos para mesa, hecho de madera, conocido por ser de tamaño real. Es una verdadera proeza el manejar uno de estos -le explicó el vendedor- aunque como puedes ver, no tiene hilos, y esta polvoriento y descuidado.

Ella se acercó de nuevo al muñeco, tenía unas marcas oscuras que delineaban toda la cuenca de sus ojos, que eran de cristal, color marrón, que parecían brillar y su cabello era negro y largo un poco mas allá de la altura de los hombros; había sido pintado de tal forma que no parecía de madera, sus rasgos eran muy humanos, muy realistas. Estaba vestido con un pantalón oscuro y una camisa de seda aun blanca, y solo permanecía ahí, quieto, como si le devolviese la mirada; sentado en una vieja y carcomida silla mecedora contra la pared.

Aquel muñeco podía tener un aspecto tétrico y mórbido. Pero a la joven pareció agradarle mucho o incluso más que eso, ya que desde esa ocasión, sus visitas a la tienda se hicieron cada vez más frecuentes, se hicieron diarias. Limpió el polvo y quitó las telarañas que le cubrían, incluso limpió una parte de la habitación y situó una silla lo más cerca posible; ella gustaba de pasar horas, sentada frente al títere, conversando y observándole la mayor parte del tiempo. Decía que era un buen confidente, que sabía que le escuchaba.

Una noche, se dispuso a ir a casa y se despidió de él, con un beso en la frente como acostumbraba desde el primer día. Tomó la lámpara y caminó hacia la puerta para salir de la habitación.

-¿Ya tienes que irte?

-¡¿Quién dijo eso?!- dijo la joven deteniéndose por un momento y volviendo sobre sus pasos.

-Fui yo. - le respondió el títere antes de parpadear- No deberías temer, confías mucho en mi ¿no es así? Estabas consciente de que te escuchaba, que te observaba…perdona por no presentarme así desde un principio, pero quise evitar que te sorprendieras demasiado.

-Está bien, no te preocupes.

-¿Ya tienes que irte? Disfruto tanto de tu compañía como tú de la mía, me gusta escuchar más que hablar, pero por ti lo haré. Nadie me había tomado en cuenta como tú lo has hecho…te extrañaré como cada vez que dejas la tienda.

-Pero no te preocupes, siempre regreso. –Terminó ella.

Desde ese momento, cada visita daba lugar a algo nuevo. Cada vez era especial, así era para ambos. Ella le amó desde la primera vez que le vio, y con una fuerza muy grande, muy cálida… de una forma que nadie podría imaginar.

Aunque el muñeco resultó ser muy tímido, tenía mala memoria para algunas cosas, aun más en detalles; si algo interrumpía su conversación, él era el primero en perder el tema; no contaba de sí mismo de la misma forma que lo hacia ella, y su rostro a primera vista era inexpresivo, muy serio… fuera de todo ello, sentía mucho cariño por la joven, le hacia sonreír, y la felicidad le invadía cada vez que estaba junto a ella, le extrañaba cada vez que se marchaba, y aguardaba con ansias la hora de su próxima visita. Llegó a amarle de una forma que incluso él consideraba extraordinaria, demasiado especial, incluso dijo poder ser capaz de amarle para siempre, de una forma en la que nadie pudiera hacerlo igual.

Todo era feliz entre los dos, hasta que un día, una familiar inventó algo para que los padres de la joven no le dejasen volver a donde el títere. Todo cambió, la distancia les comenzó a afectar, y aunque se veían a escondidas. La noticia de que debía partir junto a su familia, la mañana siguiente, dio lugar a una triste despedida.

-No te vayas, tengo miedo a estar solo, no quiero estar sin ti.

- Tenemos que ser fuertes, y no temas. Yo nunca te voy a dejar solo, yo te amo. Te prometo que volveré y estaré contigo.

-Yo también te amo…- le dijo el títere, tomando su rostro entre sus manos con su típico movimiento entrecortado, enjugando las lágrimas que descendían de las mejillas de su amada- mucho. Y te esperare todo el tiempo que sea necesario, no importa nada.

Después de un prolongado abrazo y un último beso, fue el momento en que sus manos tuvieron que soltarse.

Me pregunto si aun hoy, se le ve al títere, de pie en el más oscuro rincón en los adentros del viejo y abandonado establecimiento; inmóvil desde aquel triste día, aguardando pacientemente con su mano extendida, cuán largo es su brazo. A la espera de que la mujer a quien ama, el amor de su vida, regrese; vuelva a reflejarse en sus ojos, y estreche su mano cálida y suave con la suya, escuchar decirle una vez más: Te Amo…y poder estar juntos por el resto del tiempo.
Fati Mercury
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